*Nota 1: Las imágenes y el texto están tomados del blog Como Ovejas sin
Pastor (al cual podéis acceder fácilmente clicando aquí) de mi buen
amigo Juan Diego Ortega Santana
*Nota 2: Las Letanías están tomadas del blog Oblatio Munda (al cual
podéis acceder fácilmente clicando aquí)
La
piedad de los fieles dedica el mes de Julio a la Preciosísima Sangre de Nuestro
Señor Jesucristo, en honor de la cual la Iglesia celebra el primer día de este
mes una solemne fiesta litúrgica; en torno a este tema, grato a todas las almas
cristianas, deseamos, pues, hablaros hoy brevemente.
En
una hora de luchas gigantescas, en que la sangre humana corre a borbotones en
el mundo, ojalá pueda la contemplación de las maravillas de la Sangre Divina,
derramada por puro amor y manantial inagotable de reconciliación y de paz, ser
aliento para vuestros corazones y esperanza para vuestras almas.
Adorando este Augusto Sacramento, habéis repetido muchas veces con la Sagrada liturgia: “Pange, lingua, gloriosi Corporis mysterium Sanguinisque pretiosi“: canta, oh lengua, el misterio del Cuerpo glorioso y de la preciosa Sangre...
Esta expresión, usada por San Pedro cuando
escribía a los cristianos de su tiempo: “Sabed que habéis sido rescatados no a
precio de cosas corruptibles de oro o de plata…, sino con la sangre preciosa de
Cristo, como de cordero inmaculado e incontaminado”, no ha cesado de usarse en
las oraciones devotas, como por ejemplo en el versículo del Te Deum que se
recita de rodillas: “Te ergo quæsumus, tuis famulis subveni, quos pretioso
sanguine redemisti“: ven pues, oh Señor, en ayuda de tus siervos, que has
redimido con tu Preciosa Sangre.
Es muy natural que todo hombre estime su
sangre como un bien de gran valor, porque ésta tiene la función de transportar
a los varios tejidos el material nutritivo y el oxígeno, mientras sus glóbulos
blancos defienden el organismo contra las invasiones de bacterias. Uno de los
primeros cuidados de los padres es, por eso, transmitir a sus hijos una sangre
no alterada ni empobrecida por enfermedades internas, por contaminaciones
externas o por degeneración progresiva.
Recordad, sin embargo, que cuando vosotros
llamáis a los hijos herederos de vuestra sangre, debéis referiros a algo más
alto que la sola generación corporal. Vosotros sois, y vuestros hijos deben
ser, brotes de una estirpe de santos, según la frase de Tobías a su joven
esposa: “Filii Sanctorum sumus”, es decir, de hombres santificados y
participantes de la naturaleza divina por medio de la gracia sobrenatural.
El Cristiano, en virtud del Bautismo, que le ha aplicado los méritos de la Sangre Divina, es hijo de Dios, uno de aquellos, según el Evangelista San Juan, “que creen en su nombre; los cuales no por la sangre, ni por voluntad de la carne, ni por voluntad de hombre, sino de Dios, han nacido”.
El Cristiano, en virtud del Bautismo, que le ha aplicado los méritos de la Sangre Divina, es hijo de Dios, uno de aquellos, según el Evangelista San Juan, “que creen en su nombre; los cuales no por la sangre, ni por voluntad de la carne, ni por voluntad de hombre, sino de Dios, han nacido”.
Por consiguiente, en un pueblo de bautizados, cuando se habla de
transmitir la sangre a los descendientes, que deberán vivir y morir, no como
animales sin razón, sino como hombres cristianos, es preciso no restringir el
sentido de aquellas palabras a un elemento puramente biológico y material,
sino, extenderlo a lo que es como el liquido nutritivo de la vida intelectual y
espiritual: el patrimonio de fe, de virtud, de honor, transmitido por los
padres a su prole, y mil veces más precioso que la sangre, por muy rica que
ésta sea, infundida en sus venas.
Los miembros de una familia noble
se glorían de ser de sangre ilustre; y este brillo, fundado sobre los méritos
de los antepasados, implica en sus herederos muy otra cosa que sólo ventajas
físicas. Pero todos los que han recibido la gracia del Bautismo pueden decirse
“príncipes de la sangre”, de una Sangre no solamente real, sino divina.
Muy diversa es la sangre humana, por el valor
de su función y por su dignidad simbólica. Derramada criminalmente, grita
venganza a Dios, como la de Abel. Derramada, en cambio, por caridad hacia el
prójimo, constituye el mayor acto posible de amor, el que Cristo ha hecho por
nosotros. Precisamente porque la sangre de las víctimas animales era incapaz
para quitar los pecados del mundo, el Verbo se encarnó para ofrecerse a sí
mismo al Padre en sacrificio de adoración y de expiación; en la plenitud de su
libertad, ha dado su vida, ha derramado su Sangre, para el rescate de la humanidad
pecadora.
Esta efusión redentora comenzó ocho días después de su nacimiento, en el rito sagrado de la Circuncisión del Señor; continuó más tarde durante las horas dolorosas de su Pasión: en la angustia de la agonía del Getsemaní, bajo los golpes de la flagelación y la corona de espinas en el pretorio; se consumó, en fin, sobre el Calvario, donde su Corazón fue atravesado para que quedase siempre abierto a nosotros. La Sangre que Jesús derramaba así como sacrificio, y que hacía de Él el Mediador de la nueva Alianza, como dice San Pablo, “habla mejor que Abel”; aquí la voz del perdón cubre la del delito, porque el grito de misericordia y de perdón es de un Dios-Hombre.
Esta efusión redentora comenzó ocho días después de su nacimiento, en el rito sagrado de la Circuncisión del Señor; continuó más tarde durante las horas dolorosas de su Pasión: en la angustia de la agonía del Getsemaní, bajo los golpes de la flagelación y la corona de espinas en el pretorio; se consumó, en fin, sobre el Calvario, donde su Corazón fue atravesado para que quedase siempre abierto a nosotros. La Sangre que Jesús derramaba así como sacrificio, y que hacía de Él el Mediador de la nueva Alianza, como dice San Pablo, “habla mejor que Abel”; aquí la voz del perdón cubre la del delito, porque el grito de misericordia y de perdón es de un Dios-Hombre.
Renovad, por lo tanto, en vuestros corazones,
queridos hijos e hijas, la saludable Devoción a la Preciosísima Sangre; la
señal que ésta ha impreso en vosotros con el Bautismo, es, como bien sabéis,
indeleble. En la misma naturaleza, la sangre derramada parece adherirse a las
manos del delincuente, como el delito y el remordimiento se agarran a su
conciencia: la poesía y el arte dramático han obtenido de esta tenaz
persistencia, efectos impresionantes; y en vano Pilato se lavó ante el pueblo
las manos que habían suscrito la sentencia de muerte del Justo; hasta el fin de
los siglos la mancha de la Sangre divina quedará imborrable sobre su memoria:
“passus sub Pontio Pilato“.
También vosotros podéis, desde ahora y durante todo el tiempo de vuestra vida, hacer vuestro, como un grito de amor, el que fue grito de odio de los judíos: “Sanguis eius super nos et super filios nostros“; “su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos”.
Señor Nuestro Jesús, diréis vosotros, que has derramado Tu Sangre Preciosa por todos los pecadores: haz que se derrame en gracias de redención sobre nosotros, sobre nuestros seres queridos, y especialmente sobre los que serán, si así Te place, los herederos de nuestra propia sangre!"
Papa Pío XII
LETANÍAS DE LA PRECIOSÍSIMA SANGRE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
Nota: Se recomienda rezarlas tras la Santa Misa a
modo de acción de gracias. Si no fuera posible oír la Santa Misa, se recomienda
rezarlas al menos delante de un Crucifijo o una imagen de la Santa Faz
Kýrie, eléison.
Christe, eléison.
Kýrie, eléison.
Christe, audi nos.
Christe, exáudi nos.
Pater de cælis Deus, miserére nobis.
Fili Redémptor mundi Deus,
Spíritus Sancte Deus,
Sancta Trínitas unus Deus,
Sanguis Christi, Unigéniti Patris Ætérni,
salva nos.
Sanguis Christi, Verbi Dei incarnáti,
Sanguis Christi, Novi et Ætérni Testaménti,
Sanguis Christi, in agonía decúrrens in
terram,
Sanguis Christi, in flagellatióne prófluens,
Sanguis Christi, in coronatióne spinárum
emánans,
Sanguis Christi, in Cruce effúsus,
Sanguis Christi, prétium nostræ salútis,
Sanguis Christi, sine quo non fit remíssio,
Sanguis Christi, in Eucharístia potus et
lavácrum animárum,
Sanguis Christi, flumen misericórdiæ,
Sanguis Christi, victor dǽmonum,
Sanguis Christi, fortitúdo mártyrum,
Sanguis Christi, virtus confessórum,
Sanguis Christi, gérminans vírgines,
Sanguis Christi, robur periclitántium,
Sanguis Christi, levámen laborántium,
Sanguis Christi, in fletu solátium,
Sanguis Christi, spes pæniténtium,
Sanguis Christi, solámen moriéntium,
Sanguis Christi, pax et dulcédo córdium,
Sanguis Christi, pignus vitæ ætérnæ,
Sanguis Christi, ánimas líberans de lacu
Purgatórii,
Sanguis Christi, omni glória et honóre
digníssimus,
Agnus Dei, qui tollis peccáta mundi, parce
nobis, Dómine.
Agnus Dei, qui tollis peccáta mundi, exáudi
nos, Dómine.
Agnus Dei, qui tollis peccáta mundi, miserére
nobis.
Señor, ten piedad de
nosotros.
Cristo, ten piedad de nosotros.
Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.
Dios Padre celestial, ten piedad de nosotros.
Dios Hijo, Redentor del mundo,
Dios Espíritu Santo,
Santísima Trinidad, que sois un solo Dios,
Sangre de Cristo, el unigénito del Padre
Eterno, sálvanos.
Sangre de Cristo, Verbo de Dios encarnado,
Sangre de Cristo, del nuevo y eterno
testamento,
Sangre de Cristo, derramada sobre la tierra
en la agonía,
Sangre de Cristo, vertida copiosamente en la
flagelación,
Sangre de Cristo, brotada en la coronación de
espinas,
Sangre de Cristo, derramada en la cruz,
Sangre de Cristo, prenda de nuestra
salvación,
Sangre de Cristo, necesaria para el perdón,
Sangre de Cristo, bebida eucarística y
refrigerio de las almas,
Sangre de Cristo, manantial de misericordia,
Sangre de Cristo, vencedora de los espíritus
malignos,
Sangre de Cristo, que das valor a los
mártires,
Sangre de Cristo, fortaleza de los confesores,
Sangre de Cristo, inspiración de las
vírgenes,
Sangre de Cristo, socorro en el peligro,
Sangre de Cristo, alivio de los afligidos,
Sangre de Cristo, solaz en las penas,
Sangre de Cristo, esperanza del penitente,
Sangre de Cristo, consuelo del moribundo,
Sangre de Cristo, paz y dulzura para los
corazones,
Sangre de Cristo, promesa de vida eterna,
Sangre de Cristo, que libras a las almas del
purgatorio,
Sangre de Cristo, acreedora de todo honor y
gloria,
Cordero de Dios, que quitas el pecado del
mundo, perdónanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas el pecado del
mundo, escúchanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas el pecado del
mundo, ten piedad de nosotros.
V. Redemísti nos, Dómine, in sánguine tuo.
R. Et fecísti nos Deo nostro regnum.
Orémus. Omnípotens sempitérne Deus, qui unigénitum
Fílium tuum mundi Redemptórem constituísti, ac ejus sánguine placári voluísti :
concéde quǽsumus, salútis nostræ prétium ita venerári, atque a præséntis vitæ
malis ejus virtúte deféndi in terris ; ut fructu perpétuo lætémur in cælis. Per
eúndem Christum Dóminum nostrum. R. Amen.
V. Señor, nos has redimido en tu sangre.
R. Y nos hiciste un reino para nuestro Dios.
Oración. Omnipotente y Sempiterno Dios, que
constituiste a tu Unigénito Hijo Redentor del mundo y quisiste aplacarte con su
Sangre; te suplicamos nos concedas que de tal modo veneremos el precio de
nuestra Redención, que por su virtud seamos preservados en la tierra de los
males de la vida presente, para que gocemos en el Cielo de su fruto eterno. Por
el mismo Cristo Nuestro Señor. Amén.
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