lunes, 28 de noviembre de 2022

MEDITACIÓN PARA EL LUNES DE LA PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO: Lavaos, purificaos, apartad de mis ojos vuestros malos pensamientos (Isaías 1,16)



Lavaos, purificaos, apartad de mis ojos vuestros malos pensamientos; dejad de hacer el mal, aprended a practicar el bien, buscad lo que es justo, ayudad al oprimido; haced justicia al huérfano, amparad a la viuda. Y entonces venid y argüidme, dice el Señor: aunque vuestros pecados os hayan puesto como la escarlata, quedaréis blancos como la nieve; y aunque estuviéreis rojos como la púrpura, os volveréis blancos como la lana (Isaías, I, 16-18.)


El Señor, que bajará enseguida para salvarnos, nos invita no sólo a prepararnos para aparecer en su presencia, sino también a purificar nuestras almas. “En justo, dice San Bernardo en su Sermón VI del Adviento, que el alma que había caído la primera, sea también restaurada la primera. Dejemos, pues, el cuidado del cuerpo hasta el día en que venga Jesucristo a reformarlo por la Resurrección; y así en el primer Advenimiento nos dice el Precursor: He ahí el Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo. 


No dice las enfermedades del cuerpo, ni las flaquezas de la carne, sino los pecados, que son las enfermedades del alma y la corrupción del espíritu. ¡Oh cuerpo!, guárdate, por tanto, de anticipar el tiempo. Puedes estorbar la salvación del alma, pero no puedes lograr la tuya propia. Consiente, pues, que trabaje el alma para sí, y aun procura cooperar con ella; porque si participas de sus sufrimientos, también participarás de su gloria. Cuanto más retrases su renovación, tanto más retrasas la tuya; pues hasta que Dios no vea su imagen reformada en el alma, tampoco tú serás regenerado.”


 Purifiquémonos, pues, cristianos; practiquemos las obras del espíritu y no las de la carne. La promesa del Señor es bien explícita: El reemplazará los vivos colores de nuestros pecados por la más deslumbrante blancura. Sólo una cosa nos pide: que cesemos de cometer el pecado. Dejad de hacer el mal, dice, y después, venid y hablaremos. ¡Oh Salvador!, queremos aprovecharnos de tus consejos, desde el comienzo de este santo tiempo. Queremos comenzar en paz contigo, sometiendo la carne al espíritu, reparando nuestras injusticias para con nuestros hermanos y haciéndote oír la voz de nuestro arrepentimiento, en lugar del tumulto de nuestros pecados que desde hace tiempo molesta tus oídos.




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