miércoles, 30 de noviembre de 2022

MEDITACIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO: Feliz el justo, porque el bien es para él: comerá del fruto de sus obras (Isaías 3,10)


He aquí que el Señor de los Ejércitos quitará a Jerusalén ya Judá todo sostén y ayuda: el guerrero, el hombre armado, el juez, el profeta, el adivino y el anciano, el capitán de cincuenta hombres, el grande, el consejero, el mago y el hombre de conjuros. Y les daré niños por capitanes y serán dominados por hombres afeminados. En efecto, Jerusalén amenaza ruina y Judá se pierde; porque tanto sus palabras como sus obras están contra el Señor y desafían la mirada de su majestad. Su frente da testimonio contra ellos: en lugar de ocultarlos, publican sus pecados. ¡Ay de ellos!: que se les dará el castigo que merecen… Feliz el justo, porque el bien es para él: comerá del fruto de sus obras. ¡Ay del impío!: para él, todo lo malo. Será tratado según lo que merezca. (Isaías III, 1-4, 8-11.)

Por cuanto Jerusalén camina hacia su ruina, la lucidez de su entendimiento se extingue en ella como todas las demás potencias. No sabe a donde va e ignora el abismo que la va a devorar. Así son los hombres que no consideran el Advenimiento del Soberano Juez, esos de los cuales Moisés ha dicho en su Cántico: Gente sin consejo y sin prudencia; si al menos tuviesen inteligencia y sabiduría para prever el fin de las cosas. 

El Hijo de Dios viene ahora envuelto en humildes pañales, pobre como un esclavo y para emplear palabras de los Profetas, como el rocío que cae sin ruido y gota a gota; mas no siempre sera de la misma manera. Esta tierra, que soporta ahora nuestros pecados y nuestra insensibilidad, crujirá también en presencia del Juez terrible.

 ¿Cuál será nuestro apoyo si sólo en ella hemos confiado? “Una muerte repentina, ocurrió a vuestra vista, dice San Juan Crisóstomo, un terremoto, la amenaza de un súbita calamidad os aterra y abate: ¿qué será cuando os falle la tierra bajo los pies; cuando veáis la destrucción de la naturaleza, y oigáis el sonido de la fatal trompeta; cuando el Soberano Señor del Universo se muestra a vuestras miradas en toda su majestad? Habéis visto condenados conducidos al suplicio: antes de llegar al lugar de la ejecución ¡cuántas muertes no tienen que sufrir! Anonadados por el terror, muchos no han ofrecido al verdugo más que un cadáver. ¡

Oh angustias de este momento final! ¡Cómo se atreverá nadie a desafiaros, cuando es tan fácil evitaros, que basta sólo con abrir hoy el alma al que viene suave y desarmado pidiendo asilo en nuestros corazones, prometiendo salvarlos de aquellas iras, si ahora quieren recibirle! ¡Oh Jesús!, no queremos ni podemos luchar contigo en el último día; ahora eres nuestro hermano, nuestro amigo, un infante que va a nacer en nosotros; queremos hacer alianza contigo, y asi amándote en tu primer Advenimiento no te temeremos en el postrero. ¡Ojalá podamos oír las palabras que tus Ángeles dirigirán a los Justos: Todo está bien!”



 


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