martes, 29 de noviembre de 2022

MEDITACIÓN PARA EL MARTES DE LA PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO: De Sión saldrá la Ley y de Jerusalén la palabra del Señor (Isaías 2,3)

 


Lo que vio Isaías, hijo de Amos, referente a Jerusalén ya Judá. He aquí que 
en los últimos tiempos el monte de la Casa del Señor apoyará sus cimientos 
en la cumbre de todas las montañas y se elevará sobre todos los collados. 
Y se juntarán allí todas las naciones y vendrán muchos pueblos diciendo: 
Venid, subamos al Monte del Señor ya la Casa del Dios de Jacob 
y El nos mostrará sus caminos y andaremos por sus sendas, 
porque de Sión saldrá la Ley 
y de Jerusalén la palabra del Señor.  (Isaías II, 1-3.)


¡Con qué complacencia escucha y repite la santa Iglesia estas bellas palabras del Profeta: Venid, subamos al Monte del Señor! Todos los días de Feria, en el Adviento, las repite en el Oficio de Laudes; y todos sus hijos alaban al Señor que se ha hecho semejante a una alta montaña, accesible a todos, para atraer más nuestras miradas. 

Cierto que este Monte, como dice otro Profeta, es al principio insignificante como una piedrecita, queriendo indicar la humildad del Mesías en su nacimiento; pero crecerá pronto a vista de todos los pueblos que serán invitados a poblar sus fértiles laderas y hasta su misma cumbre iluminada por los rayos del Sol de Justicia. Así es, ¡oh Jesús! A todos nos llamas ya todos sois accesibles; la grandeza y sublimidad de tus misterios no tienen nada de incompatible con nuestra miseria. 

Desde ahora queremos unirnos a esta oleada de pueblos que hacia Ti se dirigen: ya empezamos a caminar; en tus flancos, oh Montaña bendita, queremos colocar nuestra tienda. Dígnate recibirnos; y que no escuchemos más el estrépito mundano que sube desde la llanura. Colócanos tan arriba, que nuestros ojos no pueden ver más las vanidades de la tierra. 

Ojalá no olvidemos ya nunca las sendas por las cuales se sube a esta santa cima, en que la montaña, que es la figura, se esfuma, y ​​donde el alma se encuentra para siempre cara a cara con Aquel cuyo rostro contemplan los Ángeles en un éxtasis eterno y cuyas delicias son el estar con los hijos de los hombres. (Proverbios VIII, 31.) y que no escuchemos más el estrépito mundano que sube desde la llanura. 


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