domingo, 27 de noviembre de 2022

PROPIOS DE LA SANTA MISA DEL PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO

 


I DOMINGO DE ADVIENTO

I clase, morado

Se omite el Gloria. Credo. 

Prefacio de la Santísima Trinidad.

Estación en Santa María la Mayor

 

EXPLICACIÓN DE LA LITURGIA DEL DÍA 

En este primer día y domingo del Año eclesiástico y primera evocación, podría decirse de la Creación, la Iglesia nos pone en contacto con el último día del mundo y de las cosas.  Antes de llevarnos al pesebre de Belén, nos lleva al tribunal del Juicio final, para encarecernos de antemano, con el pensamiento de la cuenta, la correspondencia de la gracia soberana de la Redención, que ese Niño Divino, cuya silueta se dibuja ya en lontananza, viene a realizar. Es una fuerte sacudida que la Iglesia da a nuestra conciencia de cristianos, para despertarnos, o del letargo del pecado, si desgraciadamente estuviésemos sumidos en él, o de la modorra de la indiferencia y de la tibieza espiritual. Es decirnos: Si no estás limpio para presentarte ante el Divino Juez, tampoco lo estás para salir al encuentro de tu Salvador, que es tu mismo y único Dios y Señor: "despójate, por tanto, de las obras de las tinieblas y revístete de las armas de la Luz".

La liturgia del Adviento se abre con un grito de llamada: ¡Ven! Es el grito de los profetas de Israel al Mesías Redentor, cuya venida esperan con ansiedad.

Dios no se hace el sordo a la voz de su pueblo. Cumpliendo la promesa de salvación que hizo a nuestros primeros padres a raíz de su caída, envía a su Hijo al mundo. Y la aplicación a todas las generaciones humanas de la redención, que nos ha adquirido con su pasión el Hijo de Dios hecho hombre, continúa hasta el fin de los tiempos; no se terminará sino con la consumación del mundo, cuando vuelva el Mesías para coronar su obra y trasladarnos a su reino. Así pues, la historia de la Iglesia se sitúa entre estos dos grandes acontecimientos.

En la Misa del domingo se evoca toda esta obra de la redención, desde su preparación en la esperanza de Israel y su resonancia en nuestra vida presente (epístola) hasta su última consumación (evangelio). Al prepararnos para celebrar en Navidad el nacimiento del que ha venido a rescatar nuestras almas del pecado y hacerlas semejantes a la suya, invoca la Iglesia sobre nosotros y sobre todos los hombres la plena realización de la misión salvadora que Cristo ha venido a cumplir en la tierra.

La iglesia ha querido iniciar el año litúrgico con la Estación en la augusta Basílica de Santa María la Mayor, en donde se guarda la Cuna del Redentor del mundo. No podía, en verdad, escoger lugar más propio para celebrar el suspirado advenimiento de Jesucristo. La venida de Cristo, según nos indica la liturgia de esta primera domínica, es doble. El primero, humilde para redimirnos; el segundo, glorioso para juzgarnos. Y aún, si bien lo consideramos, es triple el advenimiento de Cristo; uno cercano, en Belén; otro actual, a nuestros corazones, y en el futuro en el último día de los tiempos. Este último día, esta venida de Cristo, es también doble; pues hay también un último día de nuestra vida en que se hará nuestro juicio particular y se llama en lenguaje bíblico: adviento del Señor; y hay otro día último del mundo, en el que se verificará el juicio universal; este día es el adviento del Señor en su más elevado sentido. La colecta de la Santa misa nos presenta a Cristo como Salvador del mundo. ”¡Señor, haced ostentación de vuestro poder, y venid!”. La Epístola nos recuerda que Cristo viene como Salvador a nuestros corazones: “Revestíos de Nuestro Señor Jesucristo. ¡Estamos más cerca de nuestra salud!. Finalmente el Evangelio nos le describe como Juez y Salvador; al fin de mundo:” Al ver que comienzan a suceder estas cosas, abrid los ojos y alzad la cabeza, porque vuestra redención se acerca”.

El sentimiento dominante de la Liturgia en este primer domingo de Adviento es de temor al juez, y, por efecto de él, de recurso al Salvador.

Este pensamiento tiene toda la Liturgia y se muestra con especial belleza en la Misa. Levantemos los ojos al Salvador (Introito). Miremos a nuestro propio corazón (Epístola). Miremos al Juez, que ha de venir (Evangelio). Si no levantamos los ojos al Redentor, y no los fijamos en nuestro propio corazón habremos de ver un día el rostro terrible del Juez divino.

 

A continuación os ofrecemos los propios de la Santa Misa 

 

INTROITO Salmo 24, 1-4

AD TE LEVÁVI ánimam meam: Deus meus, in te confído, non erubéscam neque inrídeant me inimíci mei: étenim univérsi qui te exspéctant, non confundéntur. V/. Vias tuas Dómine demónstra mihi: semitas tuas édoce me. V/. Glória Patri, et Fílio, et Spirítui Sancto. Sicut erat in princípio, et nunc, et semper, et in sǽcula sæculorum. Amen.

No se dice el Gloria

 

COLECTA

EXCITA, quæsumus, Dómine, poténtiam tuam, et veni: ut ab imminéntibus peccatórum nostrórum perículis, te mereámur protegénte éripi, te liberánte salvári: Qui vivis et regnas cum Deo Patre in unitate Spiritus Sancti Deus, per omnia saecula saeculorum. R/. Amén.

 

 

 

EPÍSTOLA Romanos 13, 11-14

Lección de la carta del Apóstol San Pablo a los Romanos.

Hermanos: Reconociendo el momento en que vivís, ya es hora de despertaros del sueño, porque ahora la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe. La noche está avanzada, el día está cerca: dejemos, pues, las obras de las tinieblas y pongámonos las armas de la luz. Andemos como en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas y borracheras, nada de lujuria y desenfreno, nada de riñas y envidias. Revestíos más bien del Señor Jesucristo.

 

GRADUAL Salmo 24, 3-4

UNIVÉRSI, qui te expéctant, non confundéntur, Dómine. V/. Vias tuas, Dómine, notas fac mihi: et sémitas tuas édoce me.

 

ALELUYA Salmo 84, 8 

Allelúia, allelúia. V/. Osténde nobis, Dómine, misericórdiam tuam: et salutáre tuum da nobis. Allelúia

 

EVANGELIO Lucas 21, 25-33

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje, desfalleciendo los hombres por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo serán sacudidas. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación». Y les dijo una parábola: «Fijaos en la higuera y en todos los demás árboles: cuando veis que ya echan brotes, conocéis por vosotros mismos que ya está llegando el verano. Igualmente vosotros, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios. En verdad os digo que no pasará esta generación sin que todo suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.

Se dice Credo

 

OFERTORIO Salmo 24, 1-3 

AD TE DÓMINE levavi animam meam: Deus meus, in te confido, non erubéscam neque inrideant me inimici mei: étenim universi qui sustinent te non confundéntur.

 

SECRETA

HÆC SACRA nos, Dómine, poténti virtúte mundátos, ad suam fáciant purióres veníre princípium. Per Dóminum nostrum Iesum Christum, qui tecum vivit et regnat in unitate Spiritus Sancti Deus

 

PREFACIO DE LA SANTISIMA TRINIDAD

V. Dóminus vobíscum.

R. Et cum spíritu tuo.

V. Sursum corda.

R. Habémus ad Dóminum.

V. Grátias agámus Dómino, Deo nostro.

R. Dignum et iustum est.

Vere dignum et iustum est, æquum et salutáre, nos tibi semper et ubíque grátias ágere: Dómine, sancte Pater, omnípotens ætérne Deus: Qui cum unigénito Fílio tuo, et Spíritu Sancto, unus es Deus, unus es Dóminus: non in uníus singularitáte persónæ, sed in uníus Trinitáte substántiæ. Quod enim de tua gloria, revelánte te, crédimus, hoc de Fílio tuo, hoc de Spíritu Sancto, sine differéntia discretiónis sentimus. Ut in confessióne veræ sempiternáeque Deitátis, et in persónis propríetas, et in esséntia únitas, et in majestáte adorétur æquálitas. Quam laudant Angeli atque Archángeli, Chérubim quoque ac Séraphim: qui non cessant clamáre quotídie, una voce dicéntes:

 

COMUNIÓN Salmo 84, 13

DÓMINUS DABIT benignitátem: et terra nostra dabit fructum suum.

 

POSCOMUNIÓN

SUSCIPIÁMUS, Dómine, misericórdiam tuam in médio templi tui: ut reparatiónis nostræ ventúra solémnia congruis honóribus præcedámus. Per Dóminum nostrum Iesum Christum, qui tecum vivit et regnat in unitate Spiritus Sancti Deus, per omnia saecula saeculorum. Amen.



Comentario al Evangelio: CRISTO DESCONOCE EL DÍA DEL JUICIO

EN PROVECHO NUESTRO Escrito de San Jerónimo de Estridón

I domingo de Adviento


Esta lectura evangélica exige una amplia explicación. Antes de acercarnos a los sacramentos, debemos remover todo obstáculo, de modo que no quede ninguno en el alma de quienes van a recibirlos.

Los que van a recibir el bautismo deben creer en el Padre, en el Hijo, y en el Espíritu Santo. Y del Hijo, sin embargo, se nos dice ahora: Cuanto a ese día o a esa hora, nadie la conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre. Si igualmente somos bautizados en el Padre, en el Hijo, y en el Espíritu Santo, debemos creer en el único nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, que es Dios. Y siendo un solo

Dios, ¿cómo hay diversos grados de conocimiento en una misma divinidad? ¿Qué es más, ser Dios o conocerlo todo? Si el Hijo es Dios, ¿cómo es que ignora algo? Del Señor y Salvador se dice: «Todas las cosas fueron hechas por Él, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho.» Si todas las cosas fueron hechas por Él, también, consiguientemente, fue hecho por Él el día del juicio, que ha de venir. ¿Puede, acaso, ignorar lo que hizo? ¿Puede el artífice desconocer su obra? En los escritos del apóstol leemos de Cristo: «En quien se [hallan] escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia.» Fijaos en lo que dice: «todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia». No es que se [hallen] unos sí y otros no, sino que se hallan todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia, aunque escondidos. Por tanto, lo que se halla en Él, no le falta, aun aquello que está escondido para nosotros. Ahora bien, si en Cristo los tesoros de la sabiduría y de la ciencia están escondidos, debemos investigar por qué están escondidos. Si nosotros, los hombres, conociéramos el día del juicio, por ejemplo, que este día llegará dentro de dos mil años, y supiéramos con toda seguridad que ha de ser así, seríamos desde entonces más negligentes, pues diríamos: ¿en qué me afecta a mí el día del juicio, si ha de llegar dentro de dos mil años?


Por tanto, esto que dice el Evangelio de que el Hijo desconoce el día del juicio, lo dice en provecho nuestro, para que así nosotros no sepamos cuándo llegará ese día.







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