martes, 19 de mayo de 2020

LETANÍAS MENORES: CATEQUESIS LITÚRGICA SOBRE LA LETANÍA DE LOS SANTOS

*Nota: El texto está tomado del blog Tradición Católica Mallorca (al cual podéis acceder fácilmente clicando aquí


   
CATEQUESIS SOBRE LA LETANÍA DE LOS SANTOS

La oración principal de estas procesiones de rogativas, era desde antiguo la Letanía de todos los Santos. Ya en los clásicos significaba la voz griega litania, oración solemne (litaneúo, supplicor, rogo); en la época cristiana se empleó este nombre principalmente para significar ciertas oraciones públicas con repetidas invocaciones, de las cuales se hallaba un dechado en el Salmo 135, que repite 27 veces la respuesta: “Quoniam in aeternum misericordia ejus!” La más antigua forma de las letanías, consideradas como oración, son los kyries de la misa, cuyo número era al principio indeterminado, formando una oración en que alternaban el clero y el pueblo, hasta que el celebrante daba la señal de terminarla.  Por eso se hablaba de “litaniae septenae, quinae, planae”. El Kyrie eleison es propiamente la invocación primera del Salmo Miserere, la cual  dirigió también al Salvador aquella mujer Cananea que dice S. Mat. 15, 22. Luego se juntaron otras invocaciones, de las que se han conservado algunas reliquias en el Confiteor. El mayor desenvolvimiento de la letanía en la misa, lo hallamos el Sábado santo, cuando los neófitos se dirigían en procesión solemne desde la capilla bautismal a Letrán, para oir la misa de Pascua. En esta ocasión los Kyries de la misa se ampliaron en una gran letanía, cuyo final forman, sin embargo los dichos Kyries, y ésta parece la más antigua forma de la letanía de los Santos. La letanía de la misa se introdujo también en el Oficio, y, finalmente, tomó la forma de la gran Letanía de los Santos con las preces que la siguen.

El fondo de la Letanía de los Santos es un magnífico desenvolvimiento de la oración a Dios por medio de los Santos. Sólo a Dios corresponde la adoración. Pero también la oración que se dirige a los Santos, se encamina en último lugar a solo Dios, dador de todos los bienes: “Solus Deus orandus est tanquam principalis bonorum auctor et largitor.” Pero es doctrina de fe que “ es provechoso y saludable invocar la intercesión de los Santos”. (Trid. S. XXV, de invoc. Sanctorum); acerca de lo cual tenemos hermosos testimonios de la época primitiva. Propiamente no hay precepto de venerar a los Santos; pero, conforme a la opinión común, sería pecado contra la virtud de la religiosidad, y de la caridad ordenada de sí mismo, el no invocar nunca a los Santos, principalmente a la Madre de Dios, medianera de la Encarnación de Cristo y sus gracias. Es verdad que, de suyo, parece que no excedería de pecado venial; pero al mismo tiempo sería signo del mal estado del alma, y quizás de alguna opinión herética. Todo nos invita eficaz y poderosamente a invocar a los Santos, amigos al propio tiempo de Dios omnipotente y del hombre necesitado, y con los cuales estamos en una mística comunión. En la Letanía de los Santos esta lex credendi se refleja en la lex orandi.








                                                                                                                                              
La oración a Dios. La letanía se dirige primera e inmediatamente,  al mismo Dios. La criatura débil y pecadora se postra en el polvo ante la santidad y omnipotencia de Dios, y reconoce su absoluta dependencia de él, la alteza inestimable de su Señor, y la culpa de nuestros pecados contra la justicia y la caridad del legislador: Kyrie eleison! La criatura débil y pecadora se postra ante la Santísima Trinidad, orando, alabando, dando gracias y arrepintiéndose: “Pater de coelis Deus, Filii Redemptor mundi Deus, Spiritus Sante Deus, Sancta Trinitas unus Deus; miserere nobis!”


La oración a Dios por medio de los Santos. Luego empiezan aquellas ardientes invocaciones, según la jerarquía de los Santos, comenzando por la Madre de Dios y recorriendo lso coros de los ángeles y las clases y estados de los Santos. Las invocaciones nos traen a la memoria conmovedores recuerdos de la Historia eclesiástica, principalmente de la Iglesia primitiva, y de todo lo más santo que ha habido en el mundo; con lo cual la oración teje como una corona de santos pensamientos. Todas las épocas, estados y clases, han producido Santos, que nos animan con su ejemplo y nos ofrecen su intercesión para con Dios, en la presencia de Dios. Con estas consideraciones, la confianza del que ora se hace cada vez más fuerte y gozosa, y como sobre las alas de los ángeles, y por manos de los Santos, sube nuestra oración hasta Dios, uno y trino. Cualquier pecador pone sus intenciones y peticiones en la copa de oro en que los Santos ofrecen nuestras oraciones delante del trono del Cordero. Y lejos de apartar nuestro pensamiento de Dios, dirigen los Santos  nuestras oraciones y humildes súplicas: “Ut desideratam nobis tuae propitiationis abundantiam, multiplicatis intercessororibus largiaris, per Dominum nostrum Jesum Christum.” (Oración de Todos Santos)
De esta manera confortados y animados, y sostenidos y acompañados por los Santos, nos dirigimos de nuevo inmediatamente a Dios, con ilimitada confianza:”Propitius esto: parce nobis Domine!”

Sigue el presentar nuestras necesidades al mismo Dios,  de quien viene todo bien y todo don perfecto; lo cual se hace con una maravillosa radación de las peticiones.
Rogamos a Dios que nos libre de los males, ante todo del mayor de los males, el pecado y la muerte en pecado, así como del peligro de incurrir en este mal sumo. Luego siguen otras invocaciones, rogando que nos libre de los graves daños temporales y de las calamidades de la tierra y de todo el mundo. Estas súplicas nos traen a la memoria las épocas de aflicción en que se instituyeron; pero la Iglesia vuelve de nuevo a la petición más importante: “A morte perpetua, libera nos, Domine!” Sólo invocamos ahora al Señor: “Apud quem est misericordia, et copiosa apud eum redemptio.” Pero de nuevo nos trae a la memoria la Iglesia nuestra insuficiencia. Después de habernos dirigido a los Santos, implorando la eficacia que reciben de Cristo, asciende la oración:


A las invocaciones  por Cristo, Señor nuestro, toda la vida de Jesús, nuestro Salvador, pasa ante nuestros ojos, y la letanía se convierte en un coloquio con el mismo Cristo, nuestro Sumo Sacerdote y nuestro divino intercesor con el Padre: “Per mysterium sanctae incarnationis tuae, per adventum tuum, per nativitatem tuam!” El Viernes santo, la Pascua, Pentecostés; la sangre de Cristo, sus gigantescos trabajos, se interponen para que Dios oiga nuestra súplica. Después de una larga preparación, la letanía ha venido a ser literalmente la oración infalible en nombre de Jesús, y al propio tiempo, una súplica hecha con el espíritu de Jesús. La Iglesia saca  nuevas fuerzas del nombre de Jesús; y pide sea librada de los males.

A la propiciación sigue la impetración, las invocaciones a Dios, para que nos conceda los bienes; y se dilata el espíritu y la caridad del suplicante; y las necesidades de la Iglesia y del mundo, de los grandes y los pequeños, confluyen en una poderosa súplica. Luego sigue a la oración a Dios por medio de los Santos, y a la presentación de nuestras necesidades en nombre de Jesús.
Como un reposo en Dios, que escucha nuestras plegarias por Jesucristo, esta es la Pascua de las letanías: “Agnus Dei, qui tollis peccata mundi”; los suplicantes se agrupan en torno del Cordero pascual y le siguen con inconmovible seguridad; al ánimo de los que oran desciende un rayo de la eterna luz y gloria pascual; la idea de que infaliblemente seremos escuchados en Jesucristo: “Petite et accipietis, ut gaudium vestrum sit plenum.” Este afecto pascual de la oración, resuena luego en el Salmo 69: “Deus in adjutorium meun intende!”
Luego que el sacerdote y el pueblo han recorrido todos estos grados de la oración; recoge el primero todas las peticiones, en nombre de la Iglesia, en aquellas  hermosas oraciones, al fin de las letanías.
Todo esto es,  finalmente, no una oración privada, sino la oración de la Iglesia misma, de la Esposa de Cristo, que invoca a  Dios con todos los Santos, y, como sponsa sine macula et ruga, es seguramente escuchada.

A continuación, os pongo un video donde podéis escuchar la Letanía de los Santos cantada en latín. Advierto que faltan el Salmo 69 y las preces que le siguen



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