CATEQUESIS SOBRE LA LETANÍA
DE LOS SANTOS
La oración principal de
estas procesiones de rogativas, era desde antiguo la Letanía de todos los
Santos. Ya en los clásicos significaba la voz griega litania,
oración solemne (litaneúo, supplicor, rogo); en la época cristiana se empleó
este nombre principalmente para significar ciertas oraciones públicas con
repetidas invocaciones, de las cuales se hallaba un dechado en el Salmo 135,
que repite 27 veces la respuesta: “Quoniam in aeternum misericordia ejus!” La
más antigua forma de las letanías, consideradas como oración, son los kyries de
la misa, cuyo número era al principio indeterminado, formando una oración en
que alternaban el clero y el pueblo, hasta que el celebrante daba la señal de
terminarla. Por eso se hablaba de “litaniae septenae, quinae, planae”. El Kyrie
eleison es propiamente la invocación primera del Salmo
Miserere, la cual dirigió también al Salvador aquella mujer Cananea que
dice S. Mat. 15, 22. Luego se juntaron otras invocaciones, de las que se han
conservado algunas reliquias en el Confiteor. El
mayor desenvolvimiento de la letanía en la misa, lo hallamos el Sábado santo,
cuando los neófitos se dirigían en procesión solemne desde la capilla bautismal
a Letrán, para oir la misa de Pascua. En esta ocasión los Kyries de
la misa se ampliaron en una gran letanía, cuyo final forman, sin embargo los
dichos Kyries, y ésta parece la más antigua forma de la letanía de los Santos.
La letanía de la misa se introdujo también en el Oficio, y, finalmente, tomó la
forma de la gran Letanía de los Santos con las preces que la siguen.
El fondo de la Letanía de los Santos es un magnífico desenvolvimiento de la oración a Dios por medio de los Santos. Sólo a Dios corresponde la adoración. Pero también la oración que se dirige a los Santos, se encamina en último lugar a solo Dios, dador de todos los bienes: “Solus Deus orandus est tanquam principalis bonorum auctor et largitor.” Pero es doctrina de fe que “ es provechoso y saludable invocar la intercesión de los Santos”. (Trid. S. XXV, de invoc. Sanctorum); acerca de lo cual tenemos hermosos testimonios de la época primitiva. Propiamente no hay precepto de venerar a los Santos; pero, conforme a la opinión común, sería pecado contra la virtud de la religiosidad, y de la caridad ordenada de sí mismo, el no invocar nunca a los Santos, principalmente a la Madre de Dios, medianera de la Encarnación de Cristo y sus gracias. Es verdad que, de suyo, parece que no excedería de pecado venial; pero al mismo tiempo sería signo del mal estado del alma, y quizás de alguna opinión herética. Todo nos invita eficaz y poderosamente a invocar a los Santos, amigos al propio tiempo de Dios omnipotente y del hombre necesitado, y con los cuales estamos en una mística comunión. En la Letanía de los Santos esta lex credendi se refleja en la lex orandi.
La oración a Dios. La letanía se dirige primera e inmediatamente, al mismo Dios. La criatura débil y pecadora se postra en el polvo ante la santidad y omnipotencia de Dios, y reconoce su absoluta dependencia de él, la alteza inestimable de su Señor, y la culpa de nuestros pecados contra la justicia y la caridad del legislador: Kyrie eleison! La criatura débil y pecadora se postra ante la Santísima Trinidad, orando, alabando, dando gracias y arrepintiéndose: “Pater de coelis Deus, Filii Redemptor mundi Deus, Spiritus Sante Deus, Sancta Trinitas unus Deus; miserere nobis!”
La oración a Dios por medio de
los Santos. Luego empiezan aquellas ardientes invocaciones, según la
jerarquía de los Santos, comenzando por la Madre de Dios y recorriendo lso
coros de los ángeles y las clases y estados de los Santos. Las invocaciones nos
traen a la memoria conmovedores recuerdos de la Historia eclesiástica,
principalmente de la Iglesia primitiva, y de todo lo más santo que ha habido en
el mundo; con lo cual la oración teje como una corona de santos pensamientos.
Todas las épocas, estados y clases, han producido Santos, que nos animan con su
ejemplo y nos ofrecen su intercesión para con Dios, en la presencia de Dios.
Con estas consideraciones, la confianza del que ora se hace cada vez más fuerte
y gozosa, y como sobre las alas de los ángeles, y por manos de los Santos, sube
nuestra oración hasta Dios, uno y trino. Cualquier pecador pone sus intenciones
y peticiones en la copa de oro en que los Santos ofrecen nuestras oraciones
delante del trono del Cordero. Y lejos de apartar nuestro pensamiento de Dios,
dirigen los Santos nuestras oraciones y humildes súplicas: “Ut
desideratam nobis tuae propitiationis abundantiam, multiplicatis
intercessororibus largiaris, per Dominum nostrum Jesum Christum.” (Oración de
Todos Santos)
De esta manera confortados y animados, y sostenidos y acompañados
por los Santos, nos dirigimos de nuevo inmediatamente a Dios, con ilimitada
confianza:”Propitius esto: parce nobis Domine!”
Sigue el presentar nuestras necesidades al mismo Dios, de quien viene todo bien y todo don perfecto; lo cual se hace
con una maravillosa radación de las peticiones.
Rogamos a Dios que nos libre de los males, ante todo del mayor
de los males, el pecado y la muerte en pecado, así como del peligro de incurrir
en este mal sumo. Luego siguen otras invocaciones, rogando que nos libre de los
graves daños temporales y de las calamidades de la tierra y de todo el mundo.
Estas súplicas nos traen a la memoria las épocas de aflicción en que se
instituyeron; pero la Iglesia vuelve de nuevo a la petición más importante: “A
morte perpetua, libera nos, Domine!” Sólo invocamos ahora al Señor: “Apud quem
est misericordia, et copiosa apud eum redemptio.” Pero de nuevo nos trae a la
memoria la Iglesia nuestra insuficiencia. Después de habernos dirigido a los
Santos, implorando la eficacia que reciben de Cristo, asciende la oración:
A las invocaciones por Cristo, Señor nuestro, toda la vida de Jesús, nuestro Salvador, pasa ante nuestros ojos, y la letanía se convierte en un coloquio con el mismo Cristo, nuestro Sumo Sacerdote y nuestro divino intercesor con el Padre: “Per mysterium sanctae incarnationis tuae, per adventum tuum, per nativitatem tuam!” El Viernes santo, la Pascua, Pentecostés; la sangre de Cristo, sus gigantescos trabajos, se interponen para que Dios oiga nuestra súplica. Después de una larga preparación, la letanía ha venido a ser literalmente la oración infalible en nombre de Jesús, y al propio tiempo, una súplica hecha con el espíritu de Jesús. La Iglesia saca nuevas fuerzas del nombre de Jesús; y pide sea librada de los males.
A la
propiciación sigue la impetración, las invocaciones a Dios, para que nos
conceda los bienes; y se dilata el espíritu y la caridad del suplicante; y las
necesidades de la Iglesia y del mundo, de los grandes y los pequeños, confluyen
en una poderosa súplica. Luego sigue a la oración a Dios por medio de los
Santos, y a la presentación de nuestras necesidades en nombre de Jesús.
Como un reposo en Dios, que escucha nuestras plegarias por Jesucristo,
esta es la Pascua de las letanías: “Agnus Dei, qui tollis peccata mundi”; los
suplicantes se agrupan en torno del Cordero pascual y le siguen con
inconmovible seguridad; al ánimo de los que oran desciende un rayo de la eterna
luz y gloria pascual; la idea de que infaliblemente seremos escuchados en
Jesucristo: “Petite et accipietis, ut gaudium vestrum sit plenum.” Este afecto
pascual de la oración, resuena luego en el Salmo 69: “Deus in adjutorium meun
intende!”
Luego que el sacerdote y el pueblo han recorrido todos estos
grados de la oración; recoge el primero todas las peticiones, en nombre de la
Iglesia, en aquellas hermosas oraciones, al fin de las letanías.
Todo esto es,
finalmente, no una oración privada, sino la oración de la Iglesia misma, de la
Esposa de Cristo, que invoca a Dios con todos los Santos, y, como sponsa
sine macula et ruga, es seguramente escuchada.
A
continuación, os pongo un video donde podéis escuchar la Letanía de los Santos
cantada en latín. Advierto que faltan el Salmo 69 y las preces que le siguen
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