viernes, 2 de diciembre de 2022

MEDITACIÓN PARA EL VIERNES DE LA PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO: ¡Santo, Santo, Santo es el Señor de los Ejércitos: toda la tierra está llena de su gloria!. (Isaías 6,3)

 


En el año que murió el rey Ozías, vi al Señor sentado sobre un tronó sublime y elevado, y las franjas de su manto llenaban el templo. Delante de El estaban los Serafines. Cada uno de ellos tenían seis alas, con dos de ellas se cubrían el rostro, y con otras dos los pies, y con las dos restantes volaban. Sus voces se oían a coro, diciendo:
¡Santo, Santo, Santo es el Señor de los Ejércitos: toda la tierra está llena de su gloria!  (Isaías VI, 1-3.)


Así es la gloria del Señor en lo más alto de los cielos; ¿quién será capaz de contemplarle sin morir? Mirad ahora al Señor sobre la tierra en los días en que nos encontramos. A quien el cielo no podía contener, el seno de una Virgen le contiene. Su resplandor, lejos de deslumbrar a los Ángeles, apenas es perceptible por los mortales. Ninguna voz deja oír aquellas palabras celestiales: ¡Santo, Santo, Santo es el Señor Dios de los Ejércitos!.

 Los Ángeles no exclaman: Toda la tierra está llena de su gloria, porque la tierra más bien es el escenario de sus humillaciones, de un anonadamiento tan profundo, que aun los mismos hombres lo ignoran. En un principio, sólo la Virgen conoció el secreto divino: después Isabel supo que María era la Madre del Señor; a José se le comunicó por la voz del Ángel, después de crueles y humillantes angustias. Tres personas, por consiguiente, son las únicas que en la tierra conocen la bajada de Dios sobre ella; por esta oscura vereda entra El en su obra, de la que le había desterrado un pecado de orgullo. 

¡Oh Dios de la antigua alianza, cuán grande eres!, y ¿cómo no temblaría en tu presencia? ¡Oh Dios de la nueva alianza, cuán pequeño te has hecho!, ¿cómo no amarte? Cura mi orgullo, principio de todas mis rebeliones; enséñame a estimar lo que tú estimas. Por tu Encarnación vuelves a crear el mundo; y en esta Creación, más excelente que la primera, obras por medio de tu silencio, triunfas por medio de la humillación. También yo quiero humillarme como Tú, y aprovecharme de las lecciones que un Dios ha venido a darme de tan lejos. Abate, pues, oh Jesús, todas mis alturas; ése es uno de los fines de tu venida. Me someto a ti como a mi soberano Señor; haz de mí lo que te plazca.

 


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