De esta suerte estaba desolada la tierra cuando el Mesías vino a libertarla ya salvarla. Las verdades habían disminuido de tal forma entre los hijos de los hombres, que el género humano amenazaba ruina. Cada vez se iba oscureciendo más el conocimiento del Dios verdadero: la idolatría profanaba toda la creación con los objetos de su adúltero culto; una moral sin freno era la consecuencia de una religión tan grosera; el hombre estaba siempre en armas contra el hombre; el orden social no tenía más garantía que la esclavitud y el exterminio. Era difícil hallar hombres que buscasen a Dios en medio de tantos pueblos; eran tan raros sobre la tierra, como las olivas olvidadas en el árbol después de la recolección, como los racimos que el vendimiador abandona en la cepa; estos fueron, en el Judaísmo los verdaderos israelitas que el Señor tomó por discípulos, y en la Gentilidad los Magos que concluyeron de Oriente preguntando por el Rey recién nacido, y más tarde el Centurión Cornelio, enviado por el Ángel del Señor a San Pedro. Pero ¡con fidelidad y alegría reconocieron al Dios encarnado! ¡Qué gritos de gozo salieron de sus labios cuando supieron que habían sido escogidos para ver con sus propios ojos al Salvador prometido!
Pues bien, todo esto se repetirá cuando apareció de nuevo el Mesías en los últimos tiempos. La tierra será nuevamente devastada, la raza humana estará degradada. Los hombres corromperán todavía sus caminos, y con una malicia tanto mayor, cuanto que el Verbo divino habrá brillado ante su vista. No obstante eso, invadirá a los pueblos una gran tristeza, un gran desfallecimiento de la vida; sucedernse envejecer como la tierra que los sustenta; y no se les pasará por las mientes que el destino del mundo toque ya a su fin. Habrá entonces grandes escándalos: las Estrellas del cielo, es decir, muchos de los que eran Doctores en Israel, caerán, y su luz se cambiará en tinieblas. Serán días de prueba, y disminuirá la fe, de manera que difícil hallarla será todavía en la tierra, cuando, el Hijo del hombre haga su aparición en ella.
Líbranos, Señor, de ver estos días de prueba o bien fortifica nuestros corazones, con la docilidad a la Santa Iglesia, que será el único faro' de tus fieles en medio de una tan espantosa defección. Concédenos, oh Salvador, ser del número de estas olivas escogidas, de estos racimos de predilección, con los que has de completar la exuberante recolección que ha de llenar para siempre tus eternos graneros. Conserva en nosotros el tesoro de la fe, con que nos ha regalado, para que no le afecten las innovaciones y nuestra vista permanezca siempre atenta hacia ese Oriente que nos muestra la Santa Iglesia, donde tú aparecerás de repente en tu gloria. Cánticos de alegría saldrán de nuestros labios en presencia de tu triunfo, y luego, cual águilas reunidas alrededor de la presa, volaremos delante de ti por los aires, como dice tu Apóstol; y estaremos ya siempre a tu lado. (I Tes., IV, 16.) Entonces, resonará la gloria del Justo hasta las extremidades de esta tierra que habrán de conservar hasta que los decretos de tu misericordia y de tu justicia se hayan cumplido en sus más mínimos detalles. ¡Oh Jesús, salva la obra de tus manos, y sednos propicio en ese gran día!
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